Hubo un tiempo en su vida en el que sintió que todo el mundo la había abandonado.
Sus amigos no sabían por lo que estaba pasando, pero el hombre al que amaba más que a nada la había traicionado.
Sólo sentía tristeza y pena.
Ella no sabía lo devastador que era que te rompiera la confianza la persona a la que más querías.
Ella no sabía que la traición es también una pérdida; una pérdida de alguien que sigue presente y eso es lo que más duele.
Las dulces ilusiones de seguridad se hicieron añicos como el cristal. No todas las relaciones son lo que parecen, pero ella no se dio cuenta a tiempo.
Creía en él; creía que era el hombre adecuado para ella. Creía que su amor era real. Pero estaba lejos de serlo.
Aprendió que el desamor es algo que no se cura de la noche a la mañana. No hay una solución fácil.
Por eso recurrió a lo único que podía ayudarla a superarlo: la confianza en Dios. Dios era el único que podía curarla.
Al principio, estaba enfadada con Dios por todo lo que le había pasado. Le culpaba de haberle hecho la vida tan difícil.
No creía merecer lo que le había ocurrido y se negaba a verlo de otro modo.
Sin embargo, poco a poco, empezó a notar pequeñas señales en el camino que la acercaban a Él.
Dios siempre se aseguró de aparecer de las formas más increíbles y de darle esperanza cuando más la necesitaba.
Comprendió que lo que le estaba ocurriendo era sólo una lección que debía aprender. Una lección para crecer.
Abrazó todos sus sentimientos, su tristeza, su rabia, su decepción, y ese fue el momento en que dejaron de sentirse como una carga.
Dios le quitó el gran peso que llevaba sobre los hombros justo en el momento en que aceptó la verdad sobre sí misma y su camino.
Dios había estado esperando a que estuviera preparada. Él le mostró que ella siempre está completa a pesar del dolor que atraviesa.
El dolor no tiene por qué dejarnos destrozados. Sólo es fatal si dejamos que lo sea.
De hecho, es uno de los mayores catalizadores del cambio que tanto nos enseña sobre nosotros mismos y nos permite mejorar nuestra vida.
Así aprendió que Dios siempre está con ella. Él es el pegamento que mantiene su alma en su lugar. Su mente y su corazón por fin eran uno.
Una vez que supo que Él estaba con ella en todo momento, se sintió segura y animada a actuar.
Asumió la responsabilidad de su vida. Se armó de valor y empezó a construir su vida de nuevo. No sólo su vida, sino también a sí misma.
Las grandes decisiones y las pérdidas ya no la asustaban. ¿Qué tiene uno que perder cuando Dios está con él?
Sabía que siempre habría momentos difíciles, pero también sabía que nada podría aplastarla de nuevo.
La confianza en Dios es algo que no se puede romper. Dios nunca te traicionará. Nunca te dejará solo.
Cuando decidió dejar que Dios entrara en su vida, volvió a sentirse ella misma. Volvió a sentirse digna.
Sentía que había vuelto a encontrar su camino. Cada día parecía una nueva oportunidad de hacer algo bueno, por sí misma y por los demás.
Dios le abrió los ojos para que se viera a sí misma tal como es: hermosa a pesar de todo lo que le había pasado. Le mostró que todo puede cambiar si ella cree.
Le abrió los ojos para que viera la vida como un viaje con retos y no como un sufrimiento. Se sintió en paz sabiendo que hay algo más grande que ella.
Dejar entrar a Dios en su vida le hizo darse cuenta de que ninguna relación sin Dios puede durar.
Así que dejó atrás el dolor y el arrepentimiento y se prometió a sí misma aceptar sólo lo que estuviera en consonancia con la voluntad de Dios.
Un momento de su vida en el que tocó fondo fue suficiente para demostrarle que la debilidad no puede durar si tienes la fuerza que te da Dios; no puedes fracasar si permaneces fiel a Él.
Con Dios, todas las cosas que nunca imaginó posibles se hicieron posibles. Sentía que volvía a casa después de mucho tiempo buscando algo perdido.
Encontró a Dios y, a través de Dios, volvió a encontrarse a sí misma.