Una vez vi algo que captó mi atención y no supe por qué. Algo que me
pensé que era tan importante en ese momento, algo que me invadía como si me estuviera pasando a mí.
Ese día fui a la estación de autobuses como todos los días. Pero ese día me levanté un poco antes y decidí salir inmediatamente, a pesar de que iba a llegar pronto al autobús. Pensé, qué demonios, me tomaré un café y daré una vuelta; de todas formas hacía un día precioso.
Así que allí estaba yo. Cogí mi café para llevar y me puse los auriculares. Cogí un cigarro y me senté en el pequeño muro que estaba escondido entre los arbustos. Oh Dios, era un lugar tan bueno para disfrutar y esconderte cuando no querías que nadie te molestara. Ya sabes, por si te encuentras con alguien en la estación de autobuses cuando no te apetece hablar tanto.
Me senté allí durante media hora. Bebí café y de vez en cuando miraba a la gente que pasaba casualmente a mi lado. Me preguntaba qué estarían haciendo, adónde irían. Me interesaban mucho sus vidas. Así que mientras jugaba un poco al perfil psicológico, cuando sucedió aquella escena que recordaré el resto de mi vida. De repente, vi un coche pequeño y gris que se dirigía hacia la estación de autobuses a gran velocidad.
El conductor frenó tan bruscamente que los neumáticos dejaron marcas en la carretera. Lo siguiente que vi fue a una mujer muy enfadada que salía del coche dando un portazo. Abrió el maletero, sacó dos bolsas enormes y las tiró al bordillo con todas sus fuerzas. Luego salió un hombre de su coche. Es una escena que recordaré el resto de mi vida. Es una escena a la que sobreviví como si me estuviera ocurriendo a mí.
Verás, se bajó del coche, parecía pobre y destrozado. Parecía que no tenía una razón para vivir. Ella lo echó de su vida, lo echó de su coche. Y se fue. Se fue sin mirar atrás.
Pero ese momento, verlo solo y abandonado, me cautivó. No digo que no se lo buscara. Tal vez lo hizo, pero de alguna manera yo estaba de su lado. De alguna manera se ganó mi simpatía.
No tenía ni idea de por qué le apoyaba en esa situación. No sé por qué sentía tanta lástima por él. Pero algo dentro de mí se despertó. Es como si hubiera podido entender exactamente cómo se sentía. Podía sentir el dolor y me sentía incómodo y asustado.
Pero después de tantos años, algo me ocurrió. Después de tantos años, por fin tenía la respuesta a la pregunta de por qué sentía tanta empatía hacia aquel pobre tipo abandonado en la estación de autobuses.
Verás, yo vivía con un abusador. Vivía con un hombre que me usaba de todas las formas posibles y no podía dejarlo.
No podía liberarme de las cadenas en las que me mantenía. No tenía a nadie y no tenía adónde ir. Durante muchos años soporté insultos, gritos y amenazas. Durante tantos años, anduve con pies de plomo a su alrededor porque si hacía algo que no le gustaba, se volvía loco. Se volvía loco. Adapté mi vida por completo a sus necesidades. En realidad, ya no existía yo en esa relación, sólo él y sus deseos.
Y lo peor era que decía que me quería. Intentó convencerme de que yo no era del todo yo misma, que Satanás se había metido en mí y tenía que sacarlo. Intentó convencerme de que yo era una mala persona pero que de alguna manera no era culpa mía. Intentó hacerme creer que todo lo que yo hacía estaba mal y todo lo que él hacía, cada palabra hiriente que me gritaba y cada insulto que me dedicaba, estaba bien.
Me echaba encima un montón de cosas hirientes porque 'me lo tenía merecido', pero siempre lo hacía de forma que yo creyera que era mi salvador. Me dominaba porque me hacía daño y me ofrecía ayuda al mismo tiempo.
A veces temía por mi vida. Se volvía loco y tiraba cosas por toda la casa. Rompía cosas porque yo decía algo que él no quería oír.
Poco a poco me cansé de elegir cuidadosamente mis palabras y de renunciar a mis sueños porque él tenía un problema con algo, porque estaba celoso o por cualquier otra razón que se te pueda ocurrir. Poco a poco empecé a demostrarle que quería recuperar mi vida y os podéis imaginar su reacción cuando se dio cuenta de su pequeño presosu marioneta, se le escapaba de las manos.
Y ahora llegamos a la parte que está grabada profundamente en mi mente. Fue un día como cualquier otro. Estábamos en paz ese día porque no le había dado una razón para enloquecer. Por supuesto, eso no era garantía de que no lo hiciera. Llegué a casa del trabajo y allí estaba él, sentado en el sofá, sin hacer absolutamente nada, como siempre.
Como estaba tan aburrido de su vida, cogió la mía para jugar con ella. Decidió manipularme y acosarme porque no tenía nada mejor que hacer. Lo vi en sus ojos en cuanto entré en casa. Vi la ira reprimida que se escondía detrás de un rostro indiferente. Sabía que este día no acabaría bien para mí y tenía razón.
Intenté evitarle y hablar con él lo menos posible. Sabía que si daba un paso en falso, se desataría el infierno. Así que era tan cuidadosa, que era invisible en mi propia casa. Pero eso no era suficiente, nunca lo fue.
Cuando un maltratador quiera crearte un problema, cuando quiera estresarte, lo hará. Incluso si no le das ninguna razón para hacerlo, creará una razón, desde cero. De la nada.
Todo empezó con una sola pregunta. Sabía a dónde quería llegar con eso. Sus celos eran tan enfermizos, que consumían su mente cada vez. Sé que no tenía ni idea de lo que decía ni de lo que hacía. En realidad, me consuelo con ese pensamiento. Simplemente no puedo aceptar el hecho de que alguien que se supone que te ama y a quien tú amas de vuelta pueda hacerte algo así intencionadamente.
Entonces empezaron los gritos. Gritos. Maldiciones. Insultos. Todo el repertorio. Me quedé allí de pie sin lágrimas que llorar. Las había llorado hace mucho tiempo. Me quedé allí y escuché todas las palabras desagradables que se te puedan ocurrir. Le pedí a Dios que todo terminara lo antes posible.
Pero no tenía fin. Incluso cuando me callaba, me obligaba a hablar. Amenazó con romper mis cosas, amenazó con golpearme y matarme. Así que tuve que formar parte de su pequeño espectáculo. Tenía que responder a sus preguntas dándole las respuestas que él quería oír. Tuve que convertirme en otra persona hasta que todo terminó.
Siempre me amenazaba con echarme de nuestro piso. Siempre tiraba mis cosas por la casa, pero nunca llegó a echarme. Honestamente nunca pensé que tuviera las pelotas para hacerlo. Hasta hoy. Estaba de pie en el pasillo, mirándole sin esperanza mientras empaquetaba mis cosas. No podía acercarme a la habitación. No podía hablar con él. Incluso me encontré rogándole que me dejara quedarme.
Sé que es tan patético. Una mujer adulta e independiente rogándole a su maldito abusador que se quede. Pero en ese momento, no tenía a nadie y no tenía a dónde ir. Él era el único lugar "seguro" que conocía. Tenía miedo de lo que me esperaba. Tenía miedo de dar ese paso hacia el futuro.
Nos empujábamos en el pasillo. Yo intentando quedarme y él intentando echarme. Yo no era tan fuerte y me caí y me arrastró hasta el suelo. Nunca olvidaré el momento en que por fin abrió la puerta y echó mis cosas. Sabía que era la siguiente pero no me quedaban fuerzas en el cuerpo para luchar. Tal vez sí las tenía y mi cuerpo no quería escucharme.
Nunca olvidaré cómo me empujaba y me arrastraba mientras yo me agarraba al marco de la puerta como si mi vida dependiera de ello. Pero lo hizo. Me empujó y me dio patadas. Me escupió en la cara. Se deshizo de mí para siempre.
Ahora sé por qué sentí pena por aquel tipo en la estación de autobuses hace tantos años. Sé exactamente cómo se sentía. Tal vez metió la pata en algo, tal vez no. Tal vez se lo buscó y tal vez no. Pero él y yo estábamos en el mismo lío. Me dolía el corazón entonces como me duele hoy.
Cogí mis cosas y me fui a la estación de autobuses. Me senté exactamente en el mismo lugar entre los arbustos donde había estado sentada hacía tantos años. Nadie podía verme. El lugar perfecto cuando no quieres que nadie te moleste.
Sólo que esta vez no tenía que ir a ningún sitio. No tenía que coger el autobús. Tenía todo el tiempo del mundo y no sabía por dónde empezar ni qué hacer.
Lo único que sabía en el fondo de mi mente y de mi corazón era que mi historia no acababa ahí. Acababa de empezar. Ahora estoy perdida, herida y confusa. Ahora estoy sola y no tengo adónde ir. Pero al menos soy libre. Al menos tengo otra oportunidad de empezar de nuevo.