No te parecías a nadie que yo conociera. Tenías algo tan diabólico dentro de ti que era imposible resistirse. El fuego que ardía en tus ojos me llamaba a acercarme. Esa vocecita dentro de mi cabeza gritaba que eras un problema, pero la acallé. Mis ojos estaban muy cerrados y mi corazón ardía por ti. No podía oír ni ver al jugador que realmente eras.
Tan sorda y ciega, caí en tus engañosos brazos. Caí en una trampa de juegos manipuladores de la que tardé una eternidad en darme cuenta, pero ya sabes lo que dicen: "más vale tarde que nunca".
Empezamos poco a poco como amigos. Te colaste en mi corazón. Creo que lo que más me conquistó fue tu total atención cada vez que hablábamos. Escuchabas cada palabra que salía de mi boca, te reías de las tonterías y guardabas silencio y me apoyabas en las cosas serias.
Me hiciste sentir tan cómoda tan rápido que empecé a sentirme segura a tu lado. Empecé a confiar en ti completamente y me abrí tan fácilmente. Y yo no soy una de esas mujeres que lo hacen fácilmente. A mí me lleva mucho tiempo compartir con alguien algo que está muy dentro de mí. Y sé que eras un perfecto desconocido, pero me hiciste sentir como si fueras alguien cercano.
La otra gran cosa que hizo que me gustaras tanto es que eras condenadamente atractiva. Eras la criatura más sexy en la que había puesto mis ojos. Siempre había dado más importancia a lo que venía de dentro. Ya no estaba en el instituto para enamorarme de la belleza de alguien.
En el pasado, ese nunca fue uno de mis criterios a la hora de elegir novio. Claro que quería que tuvieran algo que me gustara, algo que me pareciera atractivo, porque creo que es importante concentrarse en el paquete completo, en el envoltorio exterior y en el bonito regalo que hay dentro.
No tenía ni idea de que tú -mi paquete perfecto, mi regalo asombroso- acabarías equivocándote tanto conmigo.
Ese fuego en tus ojos me estaba llamando. Nunca había sentido tanta pasión en toda mi vida. Te di mi corazón, mi cuerpo, mi alma, sin siquiera pensarlo dos veces. Yo era toda tuya, pero por desgracia, tú nunca fuiste mío.
Después de que te salieras con la tuya, después de que vieras que estaba tan enamorada de ti, empezaron los juegos. Eras un perfecto ejemplo de libro de texto de un jugador. Ahora me doy cuenta de eso.
Empezó donde todo empieza: con un juego de mensajes de texto. Al principio me prestaste mucha atención. Enviar mensajes todos los días era algo a lo que me había acostumbrado. De repente, tardabas una eternidad en responder. A veces incluso me contestabas al día siguiente: "Estaba durmiendo. Estaba muy cansada, lo siento". Sí, claro, durmiendo de 6 p.m. a 9 a.m. Pero lo dejé pasar.
Cuanto más se retrasaban los mensajes, más los esperaba. Yo contestaba en un santiamén, pero tú te tomabas tu precioso tiempo. Siempre estabas ocupado. Siempre estabas cansado y nunca tenías tiempo para mí. Aunque no conocía a nadie tan ocupado. Si hubieras querido, podrías haberte tomado cinco minutos del día para mandarme un mensaje, sólo para hacerme saber que pensabas en mí. Pero no. No tuviste tiempo. Y elegí hacerme creer en esas mentiras porque lo único que quería era estar contigo.
Lo sabías bien, sabías que pasara lo que pasara, yo siempre estaría ahí. O eso pensábamos los dos entonces.
Los partidos empezaron a ser más profesionales. Cambiaste tu comportamiento. Antes me lo dabas todo y ahora me conformaba con pedacitos de tu afecto. Todas aquellas noches que pasábamos hablando de todo y de nada, todas aquellas veces que sentí que me escuchabas con atención, se habían ido para siempre.
Hacíamos planes. O mejor dicho, yo hacía planes porque tú estabas demasiado ocupado para hacerlos por nosotros. Los cancelabas en el último minuto. Me dejabas llorando y te ibas a Dios sabe dónde sin ni siquiera considerar cómo me hacía sentir.
Estabas demasiado ocupado para invertir algún tipo de esfuerzo en mí, o en esto que sea que teníamos entre manos. Porque nunca dijiste que fuera tu novia. Simplemente asumí que lo era o que estaba cerca de serlo porque tu comportamiento al principio de esto me apuntaba en esa dirección.
Pasó el tiempo y lo único que tuve contigo fueron lágrimas. Eso es lo que pasa cuando tratas con un jugador. Todo lo que sientes constantemente es dolor con atisbos de felicidad y de alguna manera te engancha y te incapaz de soltar. Quieres más y más, hasta que tus lágrimas se secan y te dicen que es suficiente.
Eso es exactamente lo que me pasó a mí; mis lágrimas me hicieron ver, mis sollozos en esas noches de insomnio me hicieron escuchar esa vocecita dentro de mi cabeza que me decía que era hora de dejarlo ir.
Así que lo hice. Te dejé ir aunque no fue nada fácil. Pensé que sería peor quedarme contigo. Tu comportamiento hacia mí era cada vez peor. Te estabas volviendo tan egocéntrico que empecé a sentir que yo no existía y que no importaba.
Las lágrimas me hicieron recordar que lo hice. Me hicieron recordar que tengo límites y que tú los cruzaste todos. Me hicieron recordar que soy digna de amor y que ya era hora de que empezara a dármelo a mí misma. Y no me equivoqué cuando empecé a hacerlo porque todo lo demás empezó a encajar.
Aprendí que soy más feliz sin ti y que no hay nada que te duela más. Ahora tienes tiempo y no estás ocupado y me sigues rogando que te dé una oportunidad más. Pero no te mereces más oportunidades. Ahora soy yo quien tiene el control de mi vida y tu no formas parte de ella.
Entiendo tu conmoción. Pensaste que era débil, que nunca me dejaría ir. Pensaste que jugar conmigo duraría para siempre. Nunca pensaste que perderme te haría daño. Jugaste una partida conmigo y acabaste jugando tú. Lo siento por ti, ya que podríamos haberlo pasado genial si no fuera por tus juegos. Pero, es como es y la única realidad ahora es que ya no te quiero en mi vida. Se acabó el juego.