Hace dos años, yo era un desastre emocional. La vida me había golpeado tan fuerte que pensé que nunca experimentaría tanto dolor en mi vida. Decidí que no podía seguir viviendo así. Decidí que nadie era más importante en mi vida que yo misma.
Fue uno de esos momentos en los que tienes una epifanía y te prometes a ti mismo que nunca cometerás el mismo error dos veces. Ese fue el tipo de momento en que ves todo con claridad y sabes exactamente qué hacer y cómo hacerlo. Toda tu vida estaba planeada. Lástima que esos momentos desaparezcan rápido y tu vida vuelva por el mismo camino y sea como si hubieras olvidado todo lo que te ha pasado hasta que vuelve a ocurrir, hasta que vuelve a doler. Y vuelves a empezar, otra promesa a ti mismo y otra resolución y la esperanza de que las cosas vayan a mejor.
Así que, con ese espíritu y en mi repentina iluminación causada por una enorme cantidad de dolor y abandono, escribí en un trozo de papel: "¡Nunca te conformes con alguien con quien no debías estar!" y lo pegué en una pared de mi dormitorio, así que cada mañana que me levanto, puedo ver mi propio mensaje para mí misma.
La euforia duró unos días. Decidí dar un giro a mi vida. Sólo me juré a mí misma que iba a tomar las riendas de mi vida, que no perseguiría a hombres que no me valoran ni me quieren, que dejaría de desear tanto el amor que aceptaría incluso algo que pareciera amor, pero que al final sólo me haría daño.
Ese pedazo de papel realmente me sacó del lío en el que estaba. Pero, como ya he dicho, estas cosas no duran tanto. En cuanto tu vida vuelve a su cauce, te encuentras en la misma situación que antes. Así estaba yo, en una situación idéntica a la de dos años antes. Nada había cambiado, salvo que yo era dos años mayor.
Cada vez que me levantaba por la mañana o entraba en mi habitación, veía el papel en la pared con mis propias palabras. Lo había escrito como advertencia para el futuro. Me sentía muy culpable. Sentía que me había traicionado a mí misma. Y así era.
Incluso fingí que el papel no estaba allí. Fingí que nunca lo había escrito porque esperaba que no me persiguiera. Esperaba que desapareciera. Pero nunca desapareció. Sabía lo que había escrito incluso sin mirar a la pared. Sabía cómo me había sentido dos años antes y, por desgracia, sabía que iba a volver a sentirme así y no hice nada para evitarlo.
Hace unos meses llegó el día en que esa horrible sensación de abandono me golpeó de nuevo. Había tocado fondo y me resultaba tan familiar. Todo ese dolor de la última vez regresó en combinación con el nuevo dolor que estaba sintiendo. Me sentía aún peor. Lloré en el regazo de mi mejor amiga, con una buena cantidad de alcohol, maldiciendo a todo y a todos.
Le preguntaba por qué el chico del que estaba enamorada no se preocupaba por mí tanto como yo por él. Por qué no era lo suficientemente buena para él? En ese momento, me di cuenta de que había vuelto a ese punto de dos años antes. Me di cuenta de que nada había cambiado a pesar de ese trozo de papel en la pared. Yo no había cambiado y hasta que no me dé cuenta de que soy mejor que esos hombres que me han tratado como una mierda, todo seguirá igual.
En ese momento me di cuenta del verdadero significado de aquel trozo de papel en la pared.
Me di cuenta de que tenía que dejarlo ir porque no estábamos hechos el uno para el otro. Dios no había querido que estuviera con él y yo no podía forzarlo. Por eso me sentía tan desgraciada. Tenía tantas ganas de amar que me obligué a conformarme con alguien con quien no estaba destinada a estar. Es horrible dejar ir a alguien. Es un asco renunciar a la amistad que tenías, pero es la única manera de darte cuenta de lo que vales y de seguir adelante y prepararte para la vida real.
Lo hice, lo dejé ir, pero secretamente esperaba que me volviera a llamar. Esperaba que se diera cuenta de lo mucho que me quería. Así que continué mirando la pantalla vacía de mi teléfono, esperando a que zumbara con un mensaje suyo.
Sé que esperar a que aparezca la persona adecuada es duro. Sé que es agotador y que después de un tiempo incluso dejas de creer que alguna vez aparecerá. Pero también sé que esperar merece la pena. Merece la pena si ese amor que estoy esperando es el amor de verdad. Si es el amor que merezco, un amor del que nunca me arrepentiré ni lloraré, entonces esperaré. No me conformaré y, por favor, tú tampoco te conformes. No te conformes con un poquito de felicidad porque hay toda una vida esperándote.
Estas palabras son tan inspiradoras para mí en este momento me está ayudando a lidiar con tantas cosas gracias