Hay cierto tipo de dolor que es peor que todos los demás. Es el tipo de dolor que nunca te abandona y te arranca el corazón del pecho.
No se trata de romper. No se trata de que te fantasmeen y te engañen. No es algo que se pueda arreglar.
Es algo que el tiempo puede aliviar un poco, pero nunca curar. Es el dolor atroz que sientes cuando sabes que nunca volverás a ver a tu ser querido.
Siente como si todo su universo le hubiera sido arrancado de los brazos, y no hay nada que pueda hacer.
No se suponía que fuera así. No es justo. No tiene ningún sentido. Su ser querido debería haberse quedado y llevar una vida feliz y sana.
Necesitaba más tiempo. Necesitaba más conversaciones.
Necesitaba más risas, más momentos, más recuerdos. Todavía los necesita, pero sabe que es imposible.
Es fuerte, no porque quiera, sino porque tiene que serlo. Ha aceptado el hecho de que al cielo le faltaba un ángel y que a veces ocurren cosas horribles y desgarradoras, y no hay nada que podamos decir o hacer para cambiarlo.
En cierto modo lo aceptó, pero nunca lo entenderá del todo.
Ese día, ese momento en que se enteró de lo ocurrido, cambió su vida para siempre. La cambió. Le hizo cuestionarse todo, incluso a Dios y sus planes.
Apenas podía mantener la compostura. Su fuerza llegó a su punto más bajo, y pensó que se agotaría por completo.
Pero no lo hizo. Contra todo pronóstico, volvió a levantarse. Y no fue porque estuviera bien con todo lo que había pasado. Fue porque no tenía otra opción que seguir adelante.
La muerte es algo que puso su mundo patas arriba. Le hizo desear estar en el lugar de su ser querido. Pero seguía muy viva, y tenía que encontrar sentido en todo el dolor y la confusión.
Ha llorado desconsoladamente, pero las lágrimas siguen ahí. Van a estar ahí cada vez que pase algo, y ella desea decírselo a su ser querido, pero no puede.
Van a estar ahí cada vez que pase por el lugar donde solían pasar el rato. Van a estar ahí cada vez que se despierte de un sueño en el que su ser querido seguía a su lado.
Van a estar presentes en todas las fiestas y en todas las ocasiones especiales. Vendrán sin invitación y de improviso.
El único consuelo que le queda es que su ser querido sigue velando por ella desde el cielo. Sabe que esa persona no querría que se pasara la vida llorando. Por eso se ríe.
Está contenta de haber tenido a esa persona en su vida, aunque no haya sido ni de lejos como ella quería. Fue una bendición en sí misma.
Es fuerte porque no ha permitido que la muerte la convierta en alguien amargado. Todavía tiene mucho amor en su suave corazón.
Está dando ese amor a las personas importantes para ella. Mira la vida con otros ojos.
Sabe que es corta. Por eso atesora cada pequeño momento que pasa con sus amigos y su familia.
Es un hombro sobre el que llorar, un oído que escucha y una roca en la que apoyarse cuando uno de sus amigos se enfrenta a la muerte de un ser querido.
Sabe lo inimaginablemente duro que es, y sabe que sólo aquellos que han pasado por algo así pueden entenderlo.
Es fuerte porque sufrió una gran pérdida, perdió a alguien a quien amaba profundamente, y sigue en pie. Y si lo ha conseguido, puede hacer cualquier cosa.