El otro día rompí mi relación. Una relación en la que no era feliz pero que aun así acabó durando años.
Así que ahora, cada vez que salgo con gente que me conoce desde hace tiempo, acaban preguntándome por qué tardé tanto en irme, y esta es mi respuesta.
Tardé tanto en irme porque le quería.
Me encantaba cómo dormía tranquilamente a mi lado y cómo abrázame y acercarme a su corazón.
Me encantaba él y su voz, sus preciosos ojos y cómo le quedaba la cara cuando llevaba unos días sin afeitarse.
Tardé tanto en irme porque estaba cegado por ese amor.
Estaba cegada por mis propios sentimientos que no me dejaban ver cómo era en realidad.
No vi la forma en que miraba a otras mujeres, ignoré el hecho de que estaba enviando mensajes de texto a alguien, sonriendo constantemente, e ignoré el hecho de que no volvía a casa a la hora que me dijo que lo haría.
Tardé tanto en irme porque no escuchaba.
No escuché a mis amigos, no escuché a mi familia y lo que más me duele es que no me escuché a mí misma.
Me dije a mí misma más de una vez que él no era el adecuado para mí y que debía seguir adelante, que debía dejarlo.
Me decía a mí misma que él no me quería como yo le quería a él y que no era capaz de quedarse a mi lado por mucho que yo intentara que lo hiciera.
Tardé tanto en irme porque pensé que mejoraría.
En un momento dado empecé a ver cómo evitaba las conversaciones y cómo hacía que mis emociones parecieran irracionales.
Me bajaba todo el tiempo, pero yo pensaba que mejoraría.
Éste no era el hombre del que me enamoré y éste no era el hombre con el que empecé una relación, así que pensé que sólo era una fase que iba a pasar pronto.
Tardé tanto en irme porque tenía que pensar en una forma adecuada de hacerlo.
Sí, llegué al punto en que me di cuenta de que tenía que irme porque él ya no me hacía feliz.
Ignoraba mis mensajes, dormía en casa de un amigo la mayoría de las veces y ya no había amor brillando en sus ojos.
Estaban vacíos cuando me miraba.
Pensé en cómo debía dejarle, en cómo podía asegurarme de no hacerle daño y en por qué me preocupaba siquiera si iba a hacerle daño.
Así que me fui.
Me fui aunque no fue fácil y terminó en una gran pelea sobre por qué me iba.
Me dijo que era una desagradecida por sus esfuerzos, me dijo que de todas formas no era digna de él y que ni siquiera merecía su compañía.
¿Le dirías algo así a la persona que amas? ¿Reaccionarías así? Simplemente quería mi propia felicidad y la suya.
Si la relación no nos hacía felices a ninguno de los dos, ¿por qué iba a quedarme?
Cuando lo dejé, por fin pude verlo todo con claridad.
Pude ver el abuso emocional, la forma en que me menospreciaba cada vez que abría la boca, la forma en que me hacía sentir culpable por llorar.
Podía verlo todo y por fin pude darme cuenta de lo que había pasado.
Me manipuló haciéndome creer que no podría tener a nadie mejor que él porque no me merecía a nadie mejor.
Qué patético, ¿verdad?
Ese hombre, el mismo que se acostaba con otras mujeres pensando que mintiéndome se aseguraría de que nunca lo descubriera, me decía que no lo merecía. No lo merecía.
Estoy más que seguro de que ninguna mujer merecía un hombre como él.
No me merecía y no merecía mi paciencia.
Así que ahora por fin puedo decir que me fui. Me fui y no volveré a mirar atrás.
Por fin me he liberado de sus garras y veo que todo era una gran mentira de la que no podía escapar.
Tardé mucho en dejarlo. Pero más vale tarde que nunca, ¿no?