Desde el primer día, desde la primera vez que me dijiste que me querías, siempre te he repetido que lo único que podrías hacer para que dejara de quererte es engañarme. Y aquí estamos, te las arreglaste para haz que te deje.
Estaba todo sobre ti. ¿No te acuerdas? Cuánto sonreía cada vez que venías caminando hacia mí. Siempre intentaba memorizar cada uno de tus movimientos cuando caminabas hacia mí. Recordaba tu sonrisa, la forma en que tus ojos no se apartaban de mí y la manera en que tus brazos se extendían mientras me acogías en tu abrazo.
Hoy, cada vez que recuerdo el tiempo y el esfuerzo que te dediqué, me pongo a llorar. Es la amargura que me come viva cada vez que quiero pensar en ti. Como si me dijera que todo fue culpa mía y que no debería haberte dejado entrar en mi vida. ¿Pero quién lo hubiera sabido?
En aquel momento, lo eras todo para mí. Todavía hay días en los que me despierto deseando girarme al otro lado de la cama y ver tu cara, cómo sigues durmiendo tan plácidamente. Deseo que todas esas cosas desaparezcan, deseo que ese momento de verdad se desvanezca de mi memoria y deseo que el idiota al que amé no sea un idiota.
No hay nada más importante para mí que la lealtad. Con la lealtad, pones a tu pareja como prioridad y decides que vosotros dos sois más importantes que una aventura o un rollo de una noche. Aún recuerdo cuando me mirabas a los ojos, muy serio, diciéndome que yo era la única persona que querías en tu vida y siempre te enfadabas conmigo cuando te preguntaba si me ibas a engañar.
Hice bien en preguntar, ¿no? Esa aventura de una noche fue más importante para ti que todos nuestros besos y los meses, noches y mañanas que pasamos juntos. Ese error te hizo perder a alguien que estaba dispuesto a amarte hasta que la muerte nos separara. Yo era la persona que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para hacerte feliz, pero eso no incluye perdonarte.
Nunca te perdonaré. Tal vez algún día, cuando haya dejado de sollozar y sea demasiado viejo para recordar los detalles, lo haga. perdonarte. Pero créeme cuando te digo que no te lo mereces. No mereces ser perdonado, porque eres un monstruo.
No exagero. Estabas esperando a que viniera a ver cómo tu cabeza había encontrado el camino entre sus piernas y eso me bastó para etiquetarte de monstruo mientras te recuerde.
Ya ni siquiera intentes disculparte. Ya he oído suficiente. "Lo siento", "estaba borracho", "no era mi intención" y "sabes que te quiero" es todo lo que obtuve de ti. Pero lo único que realmente quería era que desaparecieras de mi vida en ese preciso momento.
Pero gracias, de verdad y de todo corazón, gracias. Te debo una. Me hiciste ver tu verdadero yo y me ayudaste a ver con los ojos despejados que el hombre que una vez amé no es más que una bestia que no puede deshacerse de la tensión sexual entre él y su "amigo". Gracias por ayudarme a recordar lo importante que es realmente la lealtad y que gente como tú ni siquiera debería molestarse en seguir en mi vida.
Quizá algún día ya no sea tan difícil. Me gusta creer que hay gente fiel ahí fuera. Gente que hazme una prioridad por encima de todos los demás, personas para las que seré importante y especial. Guardaré mi amor y mi atención para cuando llegue el momento de dárselos.
Hasta ese día, recordaré aquella vez que nos abandonaste de la forma más asquerosa que jamás he visto. Gracias por hacerlo para que yo pudiera irme. Quizás algún día incluso te perdone y no seas más que un recuerdo.