Muchos de nosotros vemos el amor como un remedio sublime para los problemas de nuestra vida. Nos gusta ver películas de amor porque nos muestran un cuento de hadas en el que un chico y una chica se enamoran, rompen, vuelven a estar juntos y, al final, el amor lo conquista todo.
Para muchos de nosotros, esto está muy lejos de la verdad, pero sólo alimenta nuestro deseo de obtener amor. Nuestras películas, nuestros cuentos y nuestra historia lo celebran como el objetivo último de la vida, la mejor solución para todo nuestro dolor y nuestra lucha. Y como idealizamos el amor, lo sobrevaloramos. Como resultado, nuestras relaciones pagan un precio.
Una relación sana requiere algo más que pura emoción y elevadas pasiones, y tenemos que entenderlo. El secreto del éxito de una relación radica en valores más profundos e importantes. El problema de idealizar el amor es que nos hace desarrollar expectativas poco realistas sobre lo que es realmente el amor y lo que puede hacer por nosotros.
Mi ex novio y yo estábamos locamente enamorados. También vivíamos en ciudades diferentes, teníamos familias que se odiaban y sufríamos cada semana peleas y dramas sin sentido.
Y cada vez que discutíamos, volvíamos el uno al otro al día siguiente, nos reconciliábamos y nos recordábamos lo locos que estábamos el uno por el otro, que ninguna de esas pequeñas cosas importaba porque estamos muy enamorados y encontraremos la manera de solucionarlo y todo irá genial, sólo tienes que esperar y ver. No intentamos resolver los problemas por los que discutíamos ni averiguar cuál era su causa porque nuestro amor nos hacía sentir que estábamos superando nuestros problemas. Sin embargo, a nivel práctico, no había cambiado absolutamente nada.
Como no resolvíamos los problemas, nuestras peleas se repetían. Las discusiones empeoraban. Nuestra incapacidad para vernos alguna vez colgaba de nuestros cuellos como un albatros. Los dos estábamos ensimismados hasta el punto de que ni siquiera podíamos comunicarnos con eficacia. Horas y horas hablando por teléfono sin decirnos nada. Mirando atrás, no había esperanza de que fuera a durar.
Después de todo, el amor lo conquista todo, ¿verdad?
Como era de esperar, esa relación estalló en llamas. El ruptura era feo. Y la gran lección que me llevé fue esta: Aunque el amor puede hacer que te sientas mejor con tus problemas de pareja, en realidad no resuelve ninguno de ellos.
Que estés enamorada no significa que él sea una buena opción para ti. El amor es un proceso emocional; la compatibilidad, un proceso lógico. Muchas relaciones desastrosas se iniciaron por la emoción: sentimos esa "chispa" y nos lanzamos de cabeza. En ese momento, nos pareció bien empezar una relación a pesar de todo, pero después de salir con alguien miras a tu alrededor y te preguntas: "¿En qué me equivoqué?".
La verdad es que salió mal antes incluso de empezar.
Cuando busques pareja, no sólo debes usar el corazón, sino también la mente. Tienes que evaluar los valores de una persona, cómo se trata a sí misma, cómo trata a sus allegados, sus ambiciones y su visión del mundo en general. Porque si te enamoras de alguien que es incompatible contigo, que no te trata bien, que te hace sentir peor contigo mismo, que no te tiene el mismo respeto que tú a él o que tiene una vida tan disfuncional que amenaza con hundirte con él, que tiene ambiciones u objetivos vitales diferentes que son contradictorios con los tuyos, que tiene creencias filosóficas o visiones del mundo diferentes que chocan con tu propio sentido de la realidad... bueno, pronto te darás cuenta de que, después de un tiempo, no tendrás momentos agradables en la relación y, desde luego, no podrás ser feliz.