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Carta al bebé que no estaba destinada a tener

Una carta al bebé que no estaba destinada a tener

Fuiste mi deseo desde el día en que le conocí: tu no-me-quiero-ser-papá. Desde el principio, fue el amor de mi vida, el hombre de mis sueños.

Iba en contra de todas las reglas de los libros, de todas las demás directrices que nos enseñaban a seguir como ejemplo para nuestras extraordinarias, aunque tan ordinarias y aburridas vidas.

Pero nos enamoramos en el lugar más insólito. El lugar en el que nunca pensarías que, ni en tus sueños más salvajes, podría ocurrir algo llamado gran amor.

Y tú, mi sueño incumplido, eras todo lo que yo quería de la vida. Tú representarías otra oportunidad, otro primer paso para empezar de nuevo.

Supliqué a la vida que me bendijera con esa oportunidad porque cada día, más y más, me moría por dentro. Hasta que sucedió y le conocí, el que estaba hecho a mi medida.

Y poco tiempo ha pasado desde que empecé a querer tenerte en mis brazos, deseando un niño que tuviera los ojos de su padre, y las ganas de vivir, amar y reír de su madre.

Desde el primer día, lo quise todo con él. Hice todo por él. Y en el fondo sabía que nunca me arrepentiría. ¿Pero por qué lo haría?

¿Es el orgullo más fuerte que el amor? ¿Es la tristeza y acabar solo, rechazado por todos, más fuerte que los sentimientos que puedes experimentar una vez en la vida, si tienes suerte?

¿Te aprecias más? ¿Te mereces algo mejor? Entonces no te han dado la oportunidad de amar de verdad.

Llevábamos vidas separadas y una vida juntos, porque era la única forma de ser. Era la única forma de que nuestro amor sobreviviera.

Al final, sacrificamos el amor por el que vivíamos. Ambos decidimos morir para que otros pudieran vivir.

Pero tú cambiarías todo eso, ¿verdad? Vendrías a este mundo como un insulto a todas esas reglas y directrices.

Tu nacimiento sería la comidilla de la ciudad. Cambiarías tantas vidas; harías llorar a tanta gente. Sólo con tu inocencia y tu existencia pura.

Rechazado por todos, con la letra escarlata en la frente, caminaría por estas calles con orgullo.

La alegría llenaría mi corazón porque tú estás hecha de amor verdadero, ese que sabes que sólo se da una vez en la vida.

Y tú, hijo mío, serías la prueba viviente de ello. Que el amor no viene en un paquete con instrucciones sobre a quién debes o no amar.

El amor no elige un bando. El amor no entiende de nombres ni de religiones.

El amor no conoce la edad ni otra dimensión que ella misma. Es egoísta con el egoísmo, es grosero con la cordura. Se burla de ella y la hace parecer loca.

Y si alguno de ustedes piensa diferente, nunca ha sido amado y nunca ha amado verdaderamente a alguien.

El amor que se siente tan natural desde el principio, que crees que puedes conquistar el mundo con esa persona a tu lado, es el amor que rara vez aparece -quizá una vez en la vida, si tienes tanta suerte.

Y tú, la que anhelaba, serías una corona de esa pureza. Una manifestación de todo lo que ambos combinamos.

Pero no sucedió. Por todas las razones escritas y directrices no escritas, hechas para zombies vivientes, que van por la vida y no pueden esperar a que termine.

Tu risa seguirá resonando en mis oídos, como lo hará la de tu padre.

Siempre te tendré en mis brazos y te cantaré una nana, como se la cantaba a mis hijas. Pero esta sería una canción de cuna para el niño no nacido.

Un niño nacido y criado sólo en mi corazón.