Cada vez que alguien nuevo entra en mi vida, todos piensan una cosa: que podría declararme la mujer más feliz del mundo.
La gente da por sentado que no tengo absolutamente ninguna preocupación en la cabeza y que me duermo y me despierto con una sonrisa en la cara.
Sin embargo, la verdad dista mucho de eso. De hecho, hasta ahora he tenido mis desgracias, como cualquier otra persona.
La vida no me ha tratado tan amablemente como todo el mundo podría pensar. He tenido más bajadas que subidas y he llorado más que reído.
Mi corazón se ha roto más de una vez, he tenido que lidiar con algunos devastadores pérdidas y tuve que encontrar la manera de resurgir de las cenizas en numerosas ocasiones.
Hubo momentos en los que me sentí desesperada e impotente; momentos en los que sentí que había tocado fondo y momentos en los que estaba rodeada de oscuridad.
No obstante, ¿sabes lo que me ayudó? La fe. En realidad, eso es lo que me ha mantenido vivo todo este tiempo.
Lo único que me ayudó a ver el camino correcto incluso cuando me sentía atrapada en un túnel, que no me permitió rendirme y que me dio optimismo en los momentos más difíciles.
Verás, no importa lo lejos que haya caído, siempre he sabido que Dios estaba de mi lado.
Y Él fue quien me mantuvo en pie, pasara lo que pasara; quien me echó una mano cuando lo necesitaba y quien me empujó hacia adelante en todas mis batallas.
Dios siempre estuvo ahí para darme la fuerza que ni siquiera sabía que poseía. Para decirme que puedo lograrlo y para mostrarme lo poderosa que soy en realidad.
En las buenas y en las malas, Él estuvo ahí para darme optimismo y esperanza. Allí para enseñarme la importancia de creer en mí misma y asegurarme que conseguiré superar todos los obstáculos que se me presenten.
Dios estuvo ahí para darme consuelo y tranquilidad cuando más los necesitaba. Para mostrarme todo de lo que era capaz y ayudarme a seguir adelante.
Él estaba allí para darme un empujón cada vez que pensaba en rendirme, para convertir mis heridas abiertas en cicatrices y para recordarme que nunca perdiera la fe en Él ni en mí misma.
No te mentiré.Hubo momentos en los que parecía que Él me trataba sin piedad. Momentos en los que me ponía a prueba y me desafiaba.
Sin embargo, cada vez que Dios cerró una puerta para mí, abrió algunas más. Cada vez que pensaba que había llegado a mi fin espiritual, Él me daba algo por lo que estar agradecido.
Cada vez que Él no respondía a mis oraciones, las reemplazaba con algo aún mejor.
Cada vez Quitó a algunas personas de mi vidaMe estaba enviando una señal de que no merecían estar allí en primer lugar.
Ahora me doy cuenta de que todo era por mi propio bien. Incluso las pérdidas, los deseos no cumplidos y las lágrimas tenían un propósito.
Estaban allí para darme una lección y para despeja mi camino. Y lo que es más importante, para demostrarme lo fuerte que soy.
Estaban allí para enseñarme que no se me puede romper tan fácilmente. Para ayudarme a entender cómo curar mi corazón roto y cómo pegarme de nuevo, sin la ayuda de nadie.
Así que no, no soy feliz en cada momento de mi existencia. No siempre estoy contenta con todo lo que ocurre a mi alrededor, ni considero que mi vida sea perfecta.
Sin embargo, estoy tranquilo. Estoy tranquilo porque sé que, aunque ocurra algo malo, las cosas encontrarán la manera de solucionarse por sí solas.
Soy optimista porque mi fe me guía.
Porque sé que Dios nunca me dará más de lo que pueda manejar y, lo que es más importante, porque sé que nunca me dejará librar mis batallas sola.
Estoy tranquila porque por fin soy consciente de mi fuerza interior y, además, porque estoy agradecida por todas mis bendiciones.