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Un corazón que siempre comprende también se cansa

Un corazón que siempre comprende también se cansa

"Si tu compasión no te incluye a ti mismo está incompleta". - Jack Kornfield

Siempre he sido esa persona que es la primera en ayudar. Me enseñaron a tener buen corazón y eso se me quedó grabado.

Es raro porque crecí pensando que decir algo así no era humilde y no pretendo presumir, pero me he dado cuenta de que realmente soy una buena persona porque me esfuerzo por serlo.

 

Por desgracia, pronto me di cuenta de otra cosa: no mucha gente aprecia el desinterés; para ser más precisos, no mucha gente aprecia el desinterés cuando ya no te necesitan.

Siempre he intentado comprender a todo el mundo y pensar antes de juzgar. Lo mismo ocurre cuando estoy en una relación.

Por eso me quedé atrapada en una relación con un hombre que me utilizó.

Era un hombre encantador y me maravillaban sus palabras y su capacidad para hacerme reír a todas horas. Le quería como nunca había querido a nadie.

Sin embargo, con el tiempo empecé a darme cuenta de que me daban por sentado. Tardé algún tiempo en admitirlo.

No quería creer que al hombre que amaba no le importara lo suficiente como para darse cuenta de que estaba agotada.

Se olvidaba de mí y tachaba mis problemas de triviales.

Siempre encontraba una razón para no hacer algo que yo le pedía y salirse con la suya.

Me sentí sola muchas veces y lloré hasta quedarme dormida mientras intentaba que no me oyeran. Sentía que no tenía a nadie que me consolara y comprendiera.

Simplemente no se dio cuenta mi corazón se había cansado. Estaba cansado de todas las cosas que dejé pasar cuando debería haber dicho algo.

Estaba cansada de dejar que la gente se saliera con la suya en lugar de luchar por lo que merecía.

Yo era cansado de pensar demasiado cada paso para asegurarme de no hacer daño a nadie. Estaba cansado de poner a todos menos a mí primero.

Estaba cansada de intentar cumplir las expectativas de todo el mundo. Yo era esa persona a la que todos veían como una gracia salvadora, todos menos ella misma.

Mientras otros buscaban consuelo en mí, yo no lo encontraba en ninguna parte. Y lo que es peor, dejé que pasara.

Insistí en decir a todo el mundo que estaba bien cuando en realidad estaba mentalmente agotada por todas las cosas contra las que no podía luchar.

Odiaba decepcionar a los demás y siempre me costaba decir que no. Toda esa presión me sumía en una espiral de ansiedad y culpabilidad.

Me agobiaba y agotaba con facilidad. Me cansé de cuidar de todo el mundo, mientras que no había nadie que cuidara de mí.

En un momento dado sentí como si estuviera maldita por sentirlo todo tan profundamente y mi corazón no pudiera soportarlo más.

Mi compasión a veces se sentía como una carga. Quería que me quisieran y me cuidaran.

Quería sentirme segura en los brazos de alguien y oír que todo iba a ir bien.

Quería que alguien fuera mi hombro sobre el que llorar en lugar de serlo siempre yo.

Soñaba con encontrar a alguien que me aceptara tal como soy, aceptara todos mis defectos y comprendiera cómo me siento.

Fue entonces cuando decidí dejar atrás los bloqueos que me hacían pensar que estaba siendo egoísta por pedir amor y comprensión.

Por fin comprendí que no tengo por qué pasarme la vida pidiendo amor y siendo privada de él. Quiero que el amor en mi vida sea recíproco.

Quiero que sea como debe ser el amor: incondicional y siempre presente. Comprendí que soy digno de todo lo que estaba dando a otras personas.

Aprendí que tengo que fijar mis límites y asegúrate de que todo el mundo los respeta. Establecer límites ha cambiado mi vida.

Dejé ir la culpa que tenía por algo que no es mío y que no puedo controlar. Me permití por fin comprenderme y aceptarme primero a mí misma.

Aprender a tener compasión de mí misma me hizo darme cuenta de que no podemos estar completas sin amarnos primero a nosotras mismas.

En lugar de dejar que mi compasión me arruine, dejo que me sirva.

Por fin empecé a respetarme a mí misma y a todo lo que me hace ser quien soy y, de repente, todo encajó.