Érase una vez una chica que sentía que ya no podía luchar.
Que sentía como si toda la energía se hubiera drenado de ella. Se sentía cansada, enferma, indiferente.
Había un chico. SIEMPRE hay un chico. Él la hizo hundirse profundamente en el abismo. El gran agujero negro se la tragó.
Cuando ella quería reír, él la hacía llorar.
Cuando ella quería cantar, él la hacía callar.
Cuando ella estaba a punto de bailar, él le pisó los pies.
De él nunca surgió nada hermoso. La inspiración, el amor, la confianza, el romance... nunca formaron parte de su vida con él.
Nunca pudo confiar en que hiciera lo correcto, en que dijera las palabras adecuadas, en que le hiciera una promesa y la cumpliera.
Todo lo que recibía eran palabras insensibles y duras e ilusiones vacías de cómo sería su vida en el futuro, su futuro con él. Se le revolvía el estómago de pensarlo.
Su papel egocéntrico y carente de emociones en su vida llegó a ser tan abrumador, tan poderoso, que parecía que no había salida del ciclo tóxico en el que se encontraba con él.
Nada de lo que ella hacía era suficientemente bueno. Opinaba sobre todo lo que ella decidía hacer, sobre su comportamiento.
No consiguió ver más allá de la imagen que él había creado de ella. Pero algo cambió. Algo hizo clic.
Conoce su historia. Sabe lo lejos que ha llegado. No dejará que él siga dictando su vida.
Buscaba a una persona que cambiara su vida y, en cuanto se dio cuenta de que el mejor lugar para mirarse era el espejo, todo empezó a ser mucho, mucho mejor. Ese fue el primer paso.
El segundo paso era deshacerse del maníaco que estaba arruinando su vida segundo a segundo, día a día, arrastrándola más profundamente en su red de comportamiento controlador.
No había paso tres. Dos simples pasos para hacer florecer su vida. La había hecho pasar por un infierno, pero ahora estaba en el cielo.
Sabía que era suficiente. Lo suficientemente lista, lo suficientemente guapa, lo suficientemente cariñosa. Nunca había sido suficiente para él.
Sabía que necesitaba un buen hombre. Aprendió a alejarse de los chicos malos.
Era un chico malo que por poco tiempo había parecido una gran elección.
Ahora sabía que se merecía a alguien que confiara en su amor por ella.
Alguien que no la pusiera a prueba, alguien que no le diera un puesto sólo de prueba en su relación.
Sabía que necesitaba a alguien que valorara su tiempo en lugar de malgastarlo.
Alguien que no estuviera demasiado ocupado para ella. Un chico que la echara de menos cuando ella no estaba, así de simple.
Ya no quería ser un plan de reserva. Su hombre tenía que estar seguro de que ella era la elegida, no la segunda mejor.
Ella no era alguien con quien se conformaría, era lo mejor que tenía.
Se merecía a alguien que luchara por ella, no a alguien que tirara la toalla como si ella ya no fuera una opción.
Alguien a quien le importara. Quería encontrar algo especial. Quería volver a sentirse completa.
Necesitaba a alguien que apreciara todo lo que ella es. Sólo quería ser ella misma.
Necesitaba sentir confianza. Necesitaba no preocuparse de que su chico la hiciera enfermar haciendo algo que nunca podría olvidar.
Necesitaba la calma de confiar plenamente en alguien. Una vez recuperada de sus cenizas, se dio cuenta de lo que buscaba.
Buscaba a alguien que fuera todo lo contrario a él. Alguien que no se pareciera a él en nada, porque todo lo que hacía era horrible.
Buscaba amor. Compromiso. Comunicación sana. Y, déjame decirte algo - seguro que lo encontró.
Su alma gemela estaba a la vuelta de la esquina, esperándola, más cerca de lo que jamás hubiera imaginado.
Si ella nunca hubiera tenido la fuerza de romper con su horrible pasado, él habría esperado en vano.
Se dio cuenta de que la vida no mejora por casualidad, sino por el cambio. Seguro que la hizo pasar por un infierno, pero ahora, ahora estaba en el cielo.
Una cosa era cierta:
De ninguna manera su glorioso futuro podría haber sido predicho por su devastador pasado.