Siempre he pensado que cuando una relación se acaba, se acabó. El corazón nunca se puede reparar y las palabras no se pueden dejar de decir. Es lo que es: el fin del amor.
Y duele. Duele como el infierno cuando tienes algo con alguien que viene tan raramente que no quieres dejarlo ir. Hubo algún tipo de química entre vosotros y simplemente congeniasteis.
Cuanto más tiempo pasabais juntos, mejor os lo pasabais. Nadie podía entenderte como él. Ningún mensaje te elevaría a las nubes como el suyo. Nadie podía abrazarte así y hacer que todos tus problemas se fueran. Nadie tuvo un impacto tan grande en tu vida en tan poco tiempo.
Y por alguna razón desconocida, decidió irse. Decidió irse y no había nada que pudieras hacer al respecto.
No querías dejarlo ir pero no tenías otra opción. El amor está hecho para dos. Dos para amar. Dos para esforzarse. Dos dispuestos a luchar. Dos dispuestos a quedarse. Lo deseabas tanto pero no podías ser la única en aguantar.
Y te llevó tanto tiempo volver a ponerte en pie y recoger esos pedazos rotos de tu alma. Tardaste tanto en dejar atrás todos los "y si...". Fue difícil seguir adelante con tu vida sin un cierre.
Pero de alguna manera, con el tiempo, lo lograste.
Te concentraste en ti mismo. Empezaste a construir tu vida desde cero. Te hiciste más fuerte del dolor que conlleva un corazón roto. Y de algún modo los sentimientos empezaron a desvanecerse poco a poco, o al menos eso creías.
Y entonces tu teléfono se iluminó con su nombre, rogándote que hablaras con él. Tu cuerpo temblaba por la conmoción. No sabías qué hacer.
Ni siquiera podías pensar con claridad porque todo el amor y todo el dolor te volvían a llenar por dentro. Y te cogió por sorpresa porque no tenías ni idea de que seguían ahí.
Decidiste ignorarle. No querías que perturbara tu paz con sus pobres palabras e inseguridades. No querías que el mismo fuego que quemó tu corazón volviera a quemarlo. Huías tan lejos de él como podías.
Pero sabía que la única forma de recuperarte era ser persistente. Así que no se rindió hasta que le respondiste. Quería verte, quería explicarte por qué hizo lo que hizo, sólo quería tener la oportunidad de hablar contigo.
Y al final cediste. Le hiciste caso.
Y sabías que sus palabras eran sinceras. Supo que eras la elegida desde el primer momento en que te vio, sólo que no estaba preparado y eso le asustó mucho.
Lamentaba haberte hecho daño, podías ver el arrepentimiento en sus ojos, podías ver la desesperación por haberte perdido. Todo lo que quería era una oportunidad más para enmendar todo lo malo y demostrarte que ahora era un hombre diferente.
Quería demostrarte que había madurado. Quería recuperar todo el tiempo perdido. Pero todo dependía de ti.
Y le dijeras lo que le dijeras, en el fondo sabías que le darías una oportunidad desde el momento en que le volvieras a ver, aunque intentaras apartar ese sentimiento.
No podías creer lo que estaba pasando, era como si inconscientemente estuvieras esperando a que volviera a tu vida.
Al final, le perdonó. Pasó de las palabras a los hechos. Demostró que merece una segunda oportunidad. Trabajó duro para recuperar tu confianza.
Y sabías que estabas dispuesta a correr todos los riesgos porque con él tenías algo que no se podía explicar con palabras. Sentías que a su lado es donde tienes que estar. Te sentías como en casa.
Decidiste seguir a tu corazón dondequiera que te llevara... y resultó que era la decisión correcta.
Porque a veces ocurre, pero no muy a menudo, que el amor se va sólo porque siempre estuvo destinado a volver.