Estoy seguro de que has oído a la gente decir que el tiempo lo cura todopor profundos y graves que sean.
Gente que dice que no importa el trauma por el que hayas pasado, un día, el tiempo llama a tu puerta, te cura mágicamente y hace que todo mejore.
Sólo tienes que ser paciente y tener suficiente fe, porque tarde o temprano, siempre te recuperas.
Tu alma siempre encuentra una forma de arreglarse a sí misma y, finalmente, superas cualquier dolor con el que estés lidiando.
Sea cual sea la oscuridad en la que te hayas metido, siempre llegará la luz, incluso cuando menos te lo esperes.
Por muy profunda que sea la desesperación en la que hayas caído, siempre llegará una paja a la que puedas agarrarte para salvarte.
Al menos, eso es lo que todos queremos y necesitamos creer.
Son los pensamientos que nos dan esperanza en un mañana mejor y, a menudo, lo único que nos mantiene vivos y en marcha.
Los pensamientos que nos obligan a seguir adelante, incluso cuando pensamos que no hay salida. Los pensamientos que nos dan la esperanza de que no nos sentiremos para siempre como ahora.
Bueno, tengo que romper tu burbuja y decirte la horrible, dura y amarga verdad: las cosas no siempre van así.
Te guste oírlo o no, lo cierto es que hay cosas que nunca consigues superar del todo y personas a las que nunca consigues superar.
Hay cosas que simplemente aceptas y aprendes a vivir con ellas, simplemente porque no tienes otra opción.
Hay acontecimientos que nunca se olvidan, sólo se superan.
Hay tipos de dolor que dejan marcas permanentes en tu corazón y en tu alma. Sí, tus heridas cicatrizan parcialmente, pero las cicatrices invisibles e inborrables permanecen para siempre.
Esto se aplica especialmente a las personas que pierdes para siempre. Las personas que el cielo te quitó y la gente que conoces nunca volverá.
Permíteme revelarte un oscuro secreto: cuando ocurre algo así, una parte de ti nunca deja de llorar y lamentar tu pérdida.
Una parte de ti siempre permanece herida y dañada, por mucho que creas que te has curado.
Sí, las cosas se hacen más fáciles después de un tiempo. Se te secan las lágrimas y vuelves a sonreír por las pequeñas cosas.
Al cabo de un tiempo, empiezas a respirar sin tener que recordártelo. Empiezas a esperar con ilusión los nuevos días que vendrán.
Al cabo de un tiempo, te das cuenta de que no morirás literal y físicamente de dolor.
Sin embargo, también te das cuenta de que ciertamente tiene el poder de matarte espiritualmente.
Llegas a la conclusión de que nunca olvidarás y que seguirás por la vida sin conseguir nunca librarte del todo del dolor.
Te das cuenta de que nunca vivirás como si nada hubiera pasado y que sólo seguirás sobreviviendo.
Verás, cuando pierdes a un ser querido, también pierdes una parte de ti mismo junto con él.
Pierdes la persona que eras mientras estaban a tu lado, y pierdes tu corazón sin cicatrices.
Cuando quieres a alguien de verdad, nunca puedes dejar de quererle, a pesar del tiempo que paséis separados y a pesar de todo lo que pueda hacerte.
Lo mismo ocurre con la pérdida: cuando pierdes a alguien a quien querías de verdad, nunca dejas de pensar en él y nunca dejas de echarlo de menos.
Cada pérdida cambia la esencia de lo que eres. Te convierte en una persona completamente distinta y, a veces, incluso acaba con tu chispa para siempre.
Te hace ver que la vida no siempre es justa; que no todo es diversión y juegos.
Te hace aceptar el hecho de que, a veces, el destino te derriba, a pesar de ser lo último que merecías.
Te hace darte cuenta de que no siempre puedes marcar la diferencia y de que hay cosas en la vida que no tienes más remedio que aceptar y afrontar de la mejor manera posible.
Sí, todo te hace más fuerte y te ayuda a endurecerte.
Te ayuda a aprender valiosas lecciones de vida y te hace más sabio y maduro.
¿Pero a qué precio?