Me hice creer que todo mi mundo gira en torno a ti. Me convencí de que sin ti, yo no existía. Que sin ti, yo no era nada.
Creí que eras un héroe atrapado en un ser humano. Creí que podrías arreglarme. Pensé que podías hacer desaparecer mi pasado...que puedes hacer desaparecer todo lo malo de mí.
Creí que eras mi otra mitad y que al encontrarte, había conseguido todo lo que necesitaba obtener de esta vida.
En realidad creía que si conseguía que me quisieras, si lograba convencerte de que valgo la pena, nunca me abandonarías. Y entonces por fin sería capaz de amarme a mí misma también.
Pero, Dios, estaba tan equivocada.
No puedes convencer a nadie de que te quiera y, definitivamente, el amor propio no tiene nada que ver con el amor que nos dan los demás.
Cuando te fuiste, te llevaste mis esperanzas contigo. Deberías haberme arreglado, pero no lo hiciste.
Deberías haber hecho desaparecer todo lo malo de mi vida, pero en lugar de eso, fuiste tú quien desapareció.
Cuando te fuiste, ya no tenía ningún muro en el que apoyarme. No tenía nada por lo que ser fuerte.
Sentí más miedo que cuando te tuve. Ya has añadido otra grieta en ese cristal roto.
Pero lo que no sabes es que al dejarme, me hiciste abrir los ojos. Cuando te fuiste, me quedé solo.
Pronto me di cuenta de que el fuerte muro que representabas para mí, en el que me apoyaba constantemente, no era en realidad algo que me impidiera caer.
Era algo a lo que estaba encadenada y que me impedía moverme. Depender de ti era algo que me frenaba.
Así que, cuando tú seguiste adelante, yo también me atreví a seguir adelante. Cuando renunciaste a mí, decidí luchar por mí misma.
Estoy superando mis límites para ver de qué estoy hecha. Estoy aprendiendo que estoy más que bien como estoy y que No necesito que nadie me arregle. Estoy aprendiendo que necesito tiempo para permitirme sanar y ya está.
Estoy aprendiendo a quererme. Estoy aprendiendo a perdonar mi pasado, y estoy aprendiendo poco a poco a seguir adelante.
Me permito estar soltera y disfrutarlo. Me permito hacer las paces con quien soy.
El momento en que decidí dejar de renunciar a mí misma fue cuando tú renunciaste a mí. Fue el momento en el que decidí luchar por mí misma, el momento en el que decidí que valgo la pena, sin importar lo que tú o cualquier otra persona diga o vaya a decir.
Sobreviví a lo que pensé que me mataría. Y por eso, si alguna vez piensas en volver a tenderme la mano o pedirme perdón, no hace falta.
He aprendido a no guardar rencor y a convertir cada acontecimiento de mi pasado en una lección de vida.
También aprendí a no mirar atrás. Eres el capítulo de mi libro que ya he leído.
No hay necesidad de volver atrás ni de releerlo: creo que lo he hecho lo mejor que he podido.
Véase también: Gracias por no coger el teléfono cuando llamé