Aún recuerdo ese sentimiento de completa desesperación cuando te marchaste.
La primera noche creí que me iba a morir de tanto llorar. Sollozaba y no podía recuperar el aliento.
Hiciste algo más que romperme el corazón. me rompió el alma.
Le diste la espalda a todo lo que habíamos construido. Nos abandonaste, y no pude hacer las paces con eso.
En aquel momento, pensé que había perdido al amor de mi vida, al único, y que pasaría el resto de mis días privada del amor verdadero.
Me equivoqué, por supuesto, pero no pude comprenderlo en ese momento.
Perderte me enfermó físicamente. No podía comer. No podía dormir. No podía respirar bien. Sentía que me hundía lentamente en la depresión.
Estaba viviendo mi vida a cámara lenta, y pensé que duraría para siempre. No podía creer lo que había pasado.
No tenía sentido para mí. Me quedé atrapada reviviendo aquel momento y todos aquellos recuerdos que compartimos día tras día.
Sólo te quería cerca. Quería que me abrazaras, me besaras y me dijeras que todo iría bien.
Pero nunca fuiste ese tipo, ¿verdad?
Nunca supiste cómo consolarme y hacerme sentir tranquilo.
Nunca supiste hacerlo o nunca quisiste hacerlo... ya no lo sé.
Creo que tardé más de un año en empezar a salir del profundo dolor en el que había caído.
Por fin me estaba curando. Por fin me quité la venda que había tenido puesta durante toda nuestra relación.
Solía mirarte con los ojos llenos de amor. Por eso nunca te vi con claridad. Nunca vi tu verdadero yo.
No eras tan perfecto como yo creía.
Estabas tan equivocado conmigo, pero no podía admitirlo.
Eras nunca mi persona para siemprenunca fuiste la elegida. Ahora lo sé.
Sé que el que me abandonaras fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Cubriste todas las cosas malas que habías hecho con otras bonitas, para que perdonara rápido y olvidara aún más rápido.
Dejaste de esforzarte en cuanto te diste cuenta de que estaba loca por ti.
Todo era más importante que yo, y yo siempre era el último. Nunca fui tu número uno.
Cancelar nuestros planes en el último minuto, olvidarte de enviar mensajes de texto, olvidarte de llamar, olvidarte por completo de mí formaban parte de tu rutina habitual.
Claro que había días en los que me colmabas de amor, afecto y atención, pero esos días eran raros.
Me perseguías cuando sentías que estaba a punto de rendirme.
Te metiste con mi mente y mis sentimientos todo el tiempo, y yo era tan despistada.
Todavía no puedo creer lo despistada que fui. Básicamente permití que te salieras con la tuya tratándome mal.
¿Recuerdas todas las historias condescendientes de cómo sabías lo que era mejor para mí y todas esas veces que me hiciste sentir pequeño e insignificante?
Sabías cómo sacarme de quicio, y siempre sacabas a relucir las cosas que me molestaban o me hacían sentir cohibida.
Cada vez que me enfrentaba a ti, tú le dabas la vuelta a la tortilla y yo acababa disculpándome por las cosas que no había hecho.
Cada vez que decía que esperaba ciertas cosas de ti o te pedía que me dieras tu apoyo, decías que estaba necesitada.
Entonces te disculpabas, besabas las heridas que tú mismo infligías en mi corazón, hacías todo lo posible por demostrarme que te importaba y, antes de que pudiera disfrutar plenamente de la repentina dicha, volvíamos a desmoronarnos.
Dicho todo esto, con la imagen clara de ti y de tu comportamiento ante mis ojos, puedo decir sinceramente que el que te fueras de mi vida fue lo mejor que podrías haber hecho por mí.
Si no lo hubieras hecho, seguiría atrapada en ese círculo vicioso de abuso emocional del que ni siquiera era consciente. Tuve que derrumbarme por completo para volver a construirme a mí misma.
Ahora soy feliz. Más feliz que nunca. Gracias por eso.
Al final, todo lo que puedo decir es que nuestra historia no fue en vano. Sirvió a su propósito, y ahora todo lo que queda por decir sobre ti y lo que una vez tuvimos es:
Érase una vez, pensé que eras el amor de mi vida.
Ahora sólo eres un extraño, un recuerdo lejano, una valiosa lección que sólo sirve para recordarme que no vuelva a repetir el mismo error.