Desde el primer momento en que te vi, sentí al instante increíble química contigo. Eras todo lo que había estado soñando.
Eras divertida, amable y despreocupada. Sabías qué decir en cada momento. Sabías cómo hacerme sentir especial.
Sabías algunas cosas demasiado bien para mi gusto. Esa fue la primera bandera roja. Ante la que cerré los ojos.
Por alguna razón, decidí intentarlo contigo aunque tenía esa extraña sensación de que nunca me darías lo que necesitaba para ser feliz.
Pero aún así te di todo de mí. Primero, te di mi mente porque pensaba en ti sin parar. No importaba lo que hiciera, no podía dejar de pensar en ti.
En segundo lugar, te entregué mi cuerpo porque sabías cómo seducirme. Me derretí en tus brazos y me sentí como nunca antes me había sentido.
Yo era completamente tuya, pero tú nunca fuiste mío. Aunque me decías que me querías, nunca me lo demostraste con tus actos.
De hecho, sus acciones eran contrarias a sus promesas. Siempre acababa por no conseguir lo que más necesitaba.
El amor, el afecto y el apoyo eran sólo palabras que no podías transformar en hechos. Pero de alguna manera yo estaba bien con eso, pensando que cambiarías. Pensaba que si insistía lo suficiente conseguiría lo que quería. Porque seguro que conseguiste lo que querías de mí.
Con el paso del tiempo, vi en tus ojos que ya no querías luchar por mí, ni perseguirme. Después de conseguir lo que querías, te rendiste totalmente conmigo.
Sólo me tenías cerca porque no querías estar sola. Pero la cruda verdad era que sólo esperabas que una chica mejor entrara en tu vida.
Ahora, cuando miro atrás, no me siento mal por amarte. El amor es algo hermoso y nunca debes sentirte mal por sentir algo así.
De lo que más me arrepiento es de haber permitido que me engañaras durante tanto tiempo. Te dejé hacer cosas que no permití a nadie antes de ti. Y eso me duele mucho.
Eras un gran manipulador, me decías todo lo que quería oír. Conocías el camino a mi corazón e hiciste todo lo que estuvo en tu mano para conseguir controlarme.
Cegada por tu amor, lo permití todo. Permití que me arruinaras por completo. Me enamoré perdidamente de ti. De la forma en que sólo te enamoras de una.
Pero, por desgracia, no eras el hombre adecuado para mí. Nunca pudiste darme lo que más ansiaba. No me diste a ti misma. Nunca tuve todo de ti como tú tuviste todo de mí.
Y eso fue lo que más me dolió. Todavía no puedo creer que cayera en tu trampa tan fácilmente. Ni siquiera tuviste que esforzarte mucho. Era tuya incluso antes de que intentaras conquistarme.
Estaba locamente enamorada de un hombre al que yo no podía importarle menos. Pero aunque no obtuviera lo que merecía, seguía siendo feliz. Aunque sólo recibiera migajas de su mesa, era suficiente para mí.
Quería vivir así porque dejarte ir era más difícil que quedarte en una relación casi contigo.
Pero cuando vi que las cosas no iban a cambiar, supe que tenía dar el primer paso. Y eso es lo que hice. Te dejé sin una palabra de explicación.
Quiero decir, lo sabías todo desde mucho antes. Sólo fingimos que todo estaba bien. Pero no lo estaba. Y ya era hora de aceptar esa verdad. Era hora de tragarse el trago amargo y seguir adelante.
Mi amor por ti terminó igual que empezó. Rápido, sin muchas explicaciones y sin palabras.
Seguí adelante y acepté que sólo fuiste una lección Tuve que aprender. Me di cuenta de que el amor no debe sentirse como se sintió por mí y que aunque esté un poco rota, seré la mujer perfecta de alguien.
Después de ti, las cosas no serán iguales. Después de ti, tendré más cuidado. Y lo que es más importante, aprenderé a ponerme en primer lugar.
Sólo así podré aceptarme y respetarme plenamente. La única forma de ser verdaderamente feliz con todo aquello con lo que he sido bendecida.